Colmillo de lobo


 


*Notas: Estoy escribiendo un par de fanfics del videojuego My time at Sandrock. Estoy a tres capítulos de terminar el segundo y a unos cuantos más de ponerle fin al primero (es largo y cuando pasé de los cuarenta capítulos, decidí refrescarme comenzando otro. Todo muy lógico). Mientras termino (creo que los voy a subir una vez estén revisados cien veces –cien, ni noventa y nueve ni ciento una–) quería colgar aquí un extracto de uno de mis capítulos favoritos. En esta ficción, la constructora se queda con Andy cuando llega al pueblo. Cuando Andy cumple años, Logan le hace una visita nocturna en su habitación para regalarle algo muy especial. El colgante es un objeto real en el juego. Uno de los regalos ideales para Andy. Cuando invitas a Owen a sentarse contigo en el banco del oasis, en una de sus conversaciones te cuenta que una vez Justice, Logan y él colaron una pelota en una lobera y que Logan se metió dentro y salió un buen rato después con la pelota pero lleno de mordiscos. Escribí esto pensando en esa historia y en mi propia versión de Logan.
Esto sucede justo antes del comienzo del fin, si sabes a qué me refiero.



Texto del capítulo

     —El mío por el tuyo, chico —le dijo—. Ya sabes cuánto lo aprecio, solo podría cambiarlo por algo que apreciase aún más. Mi regalo para ti en tu cumpleaños, a cambio del tuyo en el mío, es lo adecuado.
     —Pero es tu colmillo, Logan —susurró el niño dejando que se lo colocara con absoluta adoración en sus ojos.
     —No, ahora es tu colmillo. Hay una historia muy importante detrás, ¿sabes? Y también una lección. Mi primera lección de verdad. 
     —¿Qué lección? ¿Me vas a contar por fin esa historia?
     A Logan no le gustaba contar esa historia, solo lo había hecho dos veces. Andy había sentido fascinación por el colmillo desde que se lo vio, imaginando alguna gesta legendaria en su mente infantil, y le había pedido que se la contase mil veces. Hoy parecía el momento más indicado, quizá por ser el único. Un buen momento para la tercera vez.
     —Sí, te la voy a contar.
     —Este es el mejor cumpleaños de mi vida, no necesito los demás para saberlo —dijo el niño estremeciéndose de anticipación, y él hizo una pausa melodramática antes de empezar, tal y como hacía siempre Owen.
     —Cuando éramos algo más mayores que tú, Owen, Justice y yo jugábamos a la pelota. Owen le dio una buena patada y la coló dentro de una lobera. Aunque trataron de disuadirme yo era un idiota y no les hice ni caso. Entonces creía que no podría pasarme nada malo.
     —Pero fuiste muy valiente —intervino Andy tratando de no gritar, cada nervio de su cuerpo encendido y listo, absorbiendo cada detalle.
     —No, Andy. No hay que confundir nunca la valentía con la estupidez… Y eso es parte de la lección, déjame seguir —y el niño asintió—. Me metí en esa lobera como siempre lo hago todo: sin pensar. Dentro había una loba que acababa de parir. Era enorme y se puso furiosa en cuanto me vio. Se me echó encima y solo tuve tiempo de ponerle el brazo en la boca para que no me abriese el cuello. Casi me mata pero yo, en mi completa ignorancia, tuve más suerte y la maté antes. Mi padre ya me había enseñado algunos trucos y tuve que usarlos todos y aun así…
     Logan recordaba perfectamente toda la escena, herméticamente guardada en su mente a cámara lenta. Fotograma a fotograma. Los gruñidos de ella mientras le desgarraba la carne, frenética. El dolor que se abría paso, distante, tratando de atravesar la barrera de pánico que intentaba derribar con la misma ferocidad con la que luchaba por su vida. Cómo, con el último resquicio racional, logró agarrarla de la boca y tirar hasta partirla, dejándola indefensa. El aullido lastimero que le atravesó la garganta y salió arrastrándose de su mandíbula laxa. El aullido que provocó que los cachorros respondiesen y que lo hizo llorar de rabia mientras la ahogaba en sus brazos, sin ni siquiera la posibilidad de la clemencia de una bala. Con la loba pegada a su pecho en un abrazo mortal, mientras notaba sus últimos latidos en el pulso de su brazo ensangrentado. Como pensó, ya en aquel entonces, en lo rápida y sucia que había sido esa muerte, como lo son todas las primeras veces. Lo pensó justo antes de caer de rodillas llorando amargamente por su inmensa estupidez.
     —Sí, vi tus cicatrices —dijo Andy. Los dos antebrazos estaban marcados por profundos mordiscos, pero las marcas importantes de aquella lucha no estaban a la vista. Cicatrices, un colmillo y la imaginación salvaje de un niño.
     —Me sentí muy mal de una forma que no entenderías ahora mismo y que espero poder explicarte alguna vez, porque es tan importante como el resto de la historia.
     —¿Por qué? ¡Tuviste que defenderte!
     —Si no hubiese entrado, en primer lugar, no hubiese tenido que defenderme. No hubiese tenido que matarla. Ella solo estaba en su agujero, protegiendo a los suyos. Y eso no fue todo, ni lo peor. Los cachorros perdieron a su madre. No iban a vivir. Morirían de hambre después de agonizar o devorados por otros animales. Tuve que matarlos también para que no sufrieran.
     —¡¿Qué?!
     —Todo lo que hacemos tiene un precio, Andy. Todo. Nunca antes había quitado una vida y aquellas las robé de una forma totalmente innecesaria, como un miserable. Y así me sentí durante muchísimo tiempo. Tuve que hacerlo porque la culpa era mía y era mi responsabilidad terminarlo, ¿comprendes?
     —Creo que si… pero… ¿no podías quedártelos?
     —Andy, no se mantiene cautivo a un animal que pertenece a la naturaleza. Tampoco podía alimentarlos porque no estábamos en el pueblo tan a menudo como hubiese sido necesario, que estando recién paridos era cada pocas horas. Tampoco podía simplemente dejarle ése problema -MI problema- a otra persona. Las cosas no funcionan así… Por otra parte, nadie hubiese querido tener una camada de lobos rondando las calles, no lo hubiesen permitido. 
     Andy frunció los labios en busca de otras posibles soluciones, pero no encontró ninguna y se rindió hundiendo los hombros.
     —¿Howlett se enteró?
     —Después de lo que había hecho, parte de mi castigo fue enfrentarlo a él contándoselo. Eso significa la valentía, Andy. Ser valiente es aceptar las consecuencias cuando has metido la pata hasta el fondo, no entrar en una lobera y matar a los lobos que viven en ella. Reconocer que has sido un imbécil y aceptar todas las consecuencias. Eso es lo más difícil siempre y lo que de verdad nos convierte en hombres. Es lo único valiente que tiene esta historia, si es que tiene algo.
     —¿Y qué te dijo?
     —No me dijo nada. Su silencio fue lo peor de todo. Saber que lo había decepcionado completamente me mató por dentro durante un tiempo. Hasta que un día, mientras rastreábamos a una bestia que había atacado una granja en la frontera, él me dijo que había hecho lo correcto con los cachorros. Que estaba orgulloso de mí, a pesar de lo estúpido que había sido, por tener el buen juicio de confesárselo. Que había aprendido esa lección que él trataba de meterme en la mollera sin éxito por las malas y que era importante que no se me olvidase nunca. Y no se me ha olvidado. Desde ése día presté mucha más atención a todo y, desde luego, nunca volví a tener la arrogancia de creerme invencible. Lleve ése colmillo al cuello cada día para tenerlo bien presente. Ella siempre ha estado conmigo, señalándome el camino, aunque a veces parezca borroso. Por eso quiero que te lo quedes, chico, para que te ayude a tomar decisiones importantes y para que tu corazón sepa siempre qué es lo correcto. Y como soy un egoísta insufrible, para que también me recuerdes a mí,
     El niño volvió a sus brazos y se quedó allí mucho tiempo, acurrucado contra su pecho mientras le acariciaba el pelo con una mano temblorosa.
     —¿Qué hiciste con los lobos? —preguntó sin moverse ni un centímetro.
     —Los dejé allí. Otros animales se alimentarían de ellos, como debe ser. La rueda siempre gira.
     Andy suspiró  y él lo apretó un poco para que supiese que todo estaba bien.
     —¿Voy a volver a verte?
     —No lo sé. Espero que sí, chico.
     —Me gustaría que pudieras quedarte. Y Haru.
     —Lo sé. A mí también, Andy.
     —Entonces… ¿va a ser ahora cuando las cosas se van a poner feas?
     —Sí, creo que sí.